PURO GIJON «EL GIJON DEL ALMA»
Decía Pachín de Melás que padecía una grave enfermedad, una fuerte angustia interior al ver desaparecer el viejo Gijón, el Gijón del pasado, el Gijón del alma. Añoraba el poeta asturianista las calles angostas de Cimavilla pobladas de pescadoras, cigarreras, tiendas del aire, niños inquietos por doquier, atildados gijoneses que deambulaban en torno a la plaza del Ayuntamiento y mujeres ancianas que entraban o salían de la parroquial de San Pedro… A evitar y prevenir esa enfermedad quiere colaborar este libro en el que priman las imágenes del viejo Gijón, del Gijón de principios del siglo XX, cuando la ciudad pasó de ser una villa costera con futuro a una urbe industrial y comercial, que lideraba toda una región en progreso permanente como era Asturias.
El Gijón tradicional de Cimavilla y Bajovilla se había ampliado con el ensanche jovellanista con los ejes de San Bernardo y Corrida, donde surgían comercios modernos cosmopolitas y viviendas de las clases sociales emergentes. La marea del crecimiento demográfico se extendía también hacia el Muro de San Lorenzo, donde la burguesía local construía casas modernistas de pisos, ciudadelas semiocultas y palacetes de corte parisino en el ensanche burgués sobre el antiguo arenal de San Lorenzo.
El resultado era una ciudad abierta con una fachada marítima de barrio de pescadores, playa amplia, puerto pesquero y de mercancías, dársenas, estación ferroviaria y barrios obreros que surgían en la planicie próxima (El Llano) y en torno al ferrocarril, en línea con la antigua calzada romana (El Natahoyo y La Calzada). Puerto y ferrocarril atrajeron instalaciones industriales muy variadas, que ocuparon la periferia, y la ciudad creció como un rico mosaico de gentes, donde pescadores y descargadores compartían espacios y cigarreras y obreros fabriles se mezclaban con burgueses y comerciantes.
Entre 1900 y 1930, Gijón progresa sin parar, como la mocedad en su fase expansiva, y se estira por sus bordes hasta contactar con las aldeas y pueblos de la zona rural. Al mismo tiempo, urbaniza calles con fachadas modernistas, hoy desaparecidas, construye importantes edificios, algunos perdidos (teatro y mercado de Jovellanos, Casa del Pueblo, antigua iglesia de San José, estación de Langreo), otros modificados (San Pedro, San Lorenzo) que hay que rememorar con fotos de época, como la única forma de retenerlos en la memoria y transmitirlos a las nuevas generaciones. Las calles de nuestros abuelos y bisabuelos ya estaban repletas de comercios y de tiendas, con variados géneros a la venta, que hicieron que Gijón fuera denominada “La Pequeña Londres” o “El Chiquito Londres” por su intensa vida callejera y mercantil.
El nuevo tejido social del Gijón fabril, los mejores salarios y el aumento demográfico posibilitaron un nuevo ocio en el que a las diversiones tradicionales (fiestas patronales, romerías) se unen las nuevas (merenderos, salas de baile, cinematógrafos) con una vida festiva estival y dominical muy atractiva, tanto para los vecinos como para los visitantes. Finalmente, la irrupción de los deportes anglosajones (foot-ball, tennis, cross, boxeo, ciclismo) y la recuperación de algunos autóctonos (natación) modifican los comportamientos y las costumbres populares con la incorporación del deporte como práctica habitual y como espectáculo de masas.
Ese Gijón del pasado, con rasgos propios, ese mosaico de villa, puerto, mar, ciudad, poblado de gentes con un vínculo especial a la tierra que habitan, constituye el “Gijón Puro” que se presenta en las páginas de este libro con imágenes de Constantino Suárez, Julio Peinado, Gerardo Bustillo, Arturo Truán, Laureano Vinck, García Cuesta, García Mercado y otros, cuyos fondos conserva y difunde la Fototeca del Muséu del Pueblu d’Asturies.
Autor del texto Angel Mato